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El Estado (página 2)




Enviado por karla ayestaran



Partes: 1, 2

Otros autores hacen hincapié en los
condicionantes políticos y alegan que la razón
principal por la que los estados tienden a expandirse es el deseo
de poder, prestigio, seguridad y ventajas diplomáticas con
respecto a otros estados. Según esta corriente, el
objetivo del imperialismo francés del siglo XIX era
recuperar el prestigio internacional de Francia después de
la humillación que supuso la derrota en la Guerra
Franco-prusiana. En este mismo sentido, la expansión de la
Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas
(URSS) en la Europa del Este a partir de 1945 puede explicarse
como una medida de seguridad: la necesidad de protegerse ante
otra posible invasión desde la frontera
occidental.

Los móviles ideológicos

La tercera explicación se centra en los
móviles ideológicos o morales. De acuerdo con esta
perspectiva, algunos países se ven impulsados a extender
su influencia para difundir sus valores políticos,
culturales o religiosos. Uno de los factores que propiciaron la
constitución del Imperio Británico fue la idea de
que era responsabilidad del "hombre blanco" civilizar a los
pueblos "atrasados". La expansión alemana que tuvo lugar
durante el gobierno de Adolf Hitler se basaba en gran medida en
la creencia en la superioridad inherente a la cultura alemana. El
deseo de Estados Unidos de "proteger al mundo libre" y el
interés de la antigua Unión Soviética por
"liberar" a los pueblos de la Europa del Este y del Tercer Mundo
son también un ejemplo de este tipo de
imperialismo.

El imperialismo como respuesta a condicionantes
externos

Por último, otras teorías explican el
imperialismo basándose en las circunstancias
políticas de las naciones más débiles, en
lugar de enfatizar los móviles de las naciones poderosas.
La interpretación que ofrecen señala que es posible
que las potencias más fuertes no tengan intención
de expandirse, pero que se ven obligadas a hacerlo debido a la
inestabilidad de otras naciones; los compromisos con los imperios
del pasado son la causa de nuevas acciones imperialistas. La
conquista de la India emprendida por Gran Bretaña y la
colonización rusa de Asia central en el siglo XIX son
ejemplos clásicos de este tipo de imperialismo.

Las Consecuencias del Imperialismo

Los efectos del imperialismo suelen girar en torno a los
aspectos económicos, dado que esta perspectiva es la que
prevalece en los debates sobre sus posibles móviles. La
polémica surge entre aquéllos que creen que el
imperialismo implica explotación y es la causa del
subdesarrollo y el estancamiento económico de las naciones
pobres, y los que alegan que, pese a las ventajas que
proporcionó esta situación a las naciones ricas,
también las naciones pobres se beneficiaron, al menos a
largo plazo. Es difícil decantarse por una u otra
concepción por dos motivos: de un lado, no se ha llegado a
un consenso sobre el sentido del término
explotación; y de otro, no es fácil separar las
causas internas de la pobreza de una nación de las que son
de índole internacional. Lo que resulta evidente es que el
efecto del imperialismo ha sido desigual: unas naciones han
obtenido mayores ventajas económicas que otras de su
contacto con potencias más ricas. India, Brasil y otros
países en vías de desarrollo incluso han comenzado
a competir económicamente con sus antiguas
metrópolis. Por ello, sería aconsejable examinar la
repercusión económica del imperialismo atendiendo a
cada caso en particular.

Las consecuencias políticas y psicológicas
del imperialismo son igualmente difíciles de determinar.
Este fenómeno ha demostrado ser destructivo y creativo a
la vez: ha destruido instituciones tradicionales y formas de
pensar, y las ha sustituido por las costumbres y mentalidad del
mundo occidental, ya se considere esto un beneficio o un
perjuicio.

Término que, desde principios del siglo XIX,
designa aquellas teorías y acciones políticas que
defienden un sistema económico y político basado en
la socialización de los sistemas de producción y en
el control estatal (parcial o completo) de los sectores
económicos, lo que se oponía frontalmente a los
principios del capitalismo. Aunque el objetivo final de los
socialistas era establecer una sociedad comunista o sin clases,
se han centrado cada vez más en reformas sociales
realizadas en el seno del capitalismo. A medida que el movimiento
evolucionó y creció, el concepto de socialismo fue
adquiriendo diversos significados en función del lugar y
la época donde arraigara.

Si bien sus inicios se remontan a la época de la
Revolución Francesa y los discursos de François
Nöel Babeuf, el término comenzó a ser
utilizado de forma habitual en la primera mitad del siglo XIX por
los intelectuales radicales, que se consideraban los verdaderos
herederos de la Ilustración tras comprobar los efectos
sociales que trajo consigo la Revolución Industrial. Entre
sus primeros teóricos se encontraban el aristócrata
francés conde de Saint-Simon, Charles Fourier y el
empresario británico y doctrinario utópico Robert
Owen. Como otros pensadores, se oponían al capitalismo por
razones éticas y prácticas. Según ellos, el
capitalismo constituía una injusticia: explotaba a los
trabajadores, los degradaba, transformándolos en
máquinas o bestias, y permitía a los ricos
incrementar sus rentas y fortunas aún más mientras
los trabajadores se hundían en la miseria.
Mantenían también que el capitalismo era un sistema
ineficaz e irracional para desarrollar las fuerzas productivas de
la sociedad, que atravesaba crisis cíclicas causadas por
periodos de superproducción o escasez de consumo, no
proporcionaba trabajo a toda la población (con lo que
permitía que los recursos humanos no fueran aprovechados o
quedaran infrautilizados) y generaba lujos, en vez de satisfacer
necesidades. El socialismo suponía una reacción al
extremado valor que el liberalismo concedía a los logros
individuales y a los derechos privados, a expensas del bienestar
colectivo.

Sin embargo, era también un descendiente directo
de los ideales del liberalismo político y
económico. Los socialistas compartían con los
liberales el compromiso con la idea de progreso y la
abolición de los privilegios aristocráticos aunque,
a diferencia de ellos, denunciaban al liberalismo por
considerarlo una fachada tras la que la avaricia capitalista
podía florecer sin obstáculos.

El socialismo científico

Gracias a Karl Marx y a Friedrich Engels, el socialismo
adquirió un soporte teórico y práctico a
partir de una concepción materialista de la historia. El
marxismo sostenía que el capitalismo era el resultado de
un proceso histórico caracterizado por un conflicto
continuo entre clases sociales opuestas. Al crear una gran clase
de trabajadores sin propiedades, el proletariado, el capitalismo
estaba sembrando las semillas de su propia muerte, y, con el
tiempo, acabaría siendo sustituido por una sociedad
comunista.

En 1864 se fundó en Londres la Primera
Internacional, asociación que pretendía establecer
la unión de todos los obreros del mundo y se fijaba como
último fin la conquista del poder político por el
proletariado. Sin embargo, las diferencias surgidas entre Marx y
Bakunin (defensor del anarquismo y contrario a la
centralización jerárquica que Marx propugnaba)
provocaron su ruptura. Las teorías marxistas fueron
adoptadas por mayoría; así, a finales del siglo
XIX, el marxismo se había convertido en la
ideología de casi todos los partidos que defendían
la emancipación de la clase trabajadora, con la
única excepción del movimiento laborista de los
países anglosajones, donde nunca logró
establecerse, y de diversas organizaciones anarquistas que
arraigaron en España e Italia, desde donde se extendieron,
a través de sus emigrantes principalmente, hacia
Sudamérica. También aparecieron partidos
socialistas que fueron ampliando su capa social (en 1879 fue
fundado el Partido Socialista Obrero Español). La
transformación que experimentó el socialismo al
pasar de una doctrina compartida por un reducido número de
intelectuales y activistas, a la ideología de los partidos
de masas de las clases trabajadoras coincidió con la
industrialización europea y la formación de un gran
proletariado.

Los socialistas o socialdemócratas (por aquel
entonces, los dos términos eran sinónimos) eran
miembros de partidos centralizados o de base nacional organizados
de forma precaria bajo el estandarte de la Segunda Internacional
Socialista que defendían una forma de marxismo
popularizada por Engels, August Bebel y Karl Kautsky. De acuerdo
con Marx, los socialistas sostenían que las relaciones
capitalistas irían eliminando a los pequeños
productores hasta que sólo quedasen dos clases
antagónicas enfrentadas, los capitalistas y los obreros.
Con el tiempo, una grave crisis económica dejaría
paso al socialismo y a la propiedad colectiva de los medios de
producción. Mientras tanto, los partidos socialistas,
aliados con los sindicatos, lucharían por conseguir un
programa mínimo de reivindicaciones laborales. Esto
quedó plasmado en el manifiesto de la Segunda
Internacional Socialista y en el programa del más
importante partido socialista de la época, el Partido
Socialdemócrata Alemán (SPD, fundado en 1875).
Dicho programa, aprobado en Erfurt en 1890 y redactado por Karl
Kautsky y Eduard Bernstein, proporcionaba un resumen de las
teorías marxistas de cambio histórico y
explotación económica, indicaba el objetivo final
(el comunismo), y establecía una lista de exigencias
mínimas que podrían aplicarse dentro del sistema
capitalista. Estas exigencias incluían importantes
reformas políticas, como el sufragio universal y la
igualdad de derechos de la mujer, un sistema de protección
social (seguridad social, pensiones y asistencia médica
universal), la regulación del mercado de trabajo con el
fin de introducir la jornada de ocho horas reclamada de forma
tradicional por anarquistas y sindicalistas y la plena
legalización y reconocimiento de las asociaciones y
sindicatos de trabajadores.

Los socialistas creían que todas sus demandas
podían realizarse en los países democráticos
de forma pacífica, que la violencia revolucionaria
podía quizás ser necesaria cuando prevaleciese el
despotismo (como en el caso de Rusia) y descartaban su
participación en los gobiernos burgueses. La
mayoría pensaba que su misión era ir fortaleciendo
el movimiento hasta que el futuro derrumbamiento del capitalismo
permitiera el establecimiento del socialismo. Algunos —como
por ejemplo Rosa Luxemburg— impacientes por esta actitud
contemporizadora, abogaron por el recurso de la huelga general de
las masas como arma revolucionaria si la situación
así lo requería.

El SPD proporcionó a los demás partidos
socialistas el principal modelo organizativo e ideológico,
aunque su influencia fue menor en la Europa meridional. En Gran
Bretaña los poderosos sindicatos intentaron que los
liberales asumieran sus demandas antes que formar un partido
obrero independiente. Hubo, pues, que esperar hasta 1900 para que
se creara el Partido Laborista, que no adoptó un programa
socialista dirigido hacia la propiedad colectiva hasta
1918.

Bolcheviques y socialdemócratas

La I Guerra Mundial y la Revolución Rusa
provocaron la ruptura de la Segunda Internacional entre los
partidarios del bolchevismo de Lenin y los
socialdemócratas reformistas, que habían respaldado
en su mayoría a los gobiernos nacionales durante la guerra
a pesar de las proclamaciones pacifistas de la Internacional. Los
primeros fueron conocidos como comunistas y los segundos
siguieron siendo, durante todo el periodo de entreguerras, la
corriente dominante del movimiento socialista europeo, contando
con el apoyo del electorado en general bajo una serie de nombres:
Partido Laborista en Gran Bretaña, Países Bajos y
Noruega, Partido Socialdemócrata en Suecia y Alemania,
Partido Socialista en Francia e Italia, Partido Socialista Obrero
en España, y Partido Obrero en Bélgica. En estos
años, en el seno de estos partidos socialistas se produjo
la escisión de grupos proclives al comunismo leninista,
apareciendo así los partidos comunistas en diferentes
países como Francia, Italia o España (el Partido
Comunista de España fue fundado en 1921). En la
Unión Soviética y, más tarde, en los
países comunistas surgidos después de 1945, el
término socialista hacía referencia a una fase de
transición entre el capitalismo y el comunismo, la etapa
correspondiente a la dictadura del proletariado marxista. En los
demás países, los socialistas aceptaron todas las
normas básicas de la democracia liberal: elecciones
libres, derechos fundamentales y libertades públicas,
pluralismo político y soberanía del Parlamento. La
rivalidad existente entre socialistas y comunistas sólo se
interrumpió de forma transitoria como ocurrió a
mediados de la década de 1930, para unir sus fuerzas
contra el fascismo en la política denominada de "Frente
Popular".

Los socialistas pudieron formar gobiernos durante el
periodo de entreguerras, por lo general en coalición o
apoyados por otros partidos. De este modo pudieron permanecer en
el poder, aunque de forma intermitente, en Gran Bretaña y
Alemania durante la década de 1920 y en Bélgica,
Francia y España durante la década de 1930 (en
estos dos últimos países bajo la fórmula de
Frente Popular). En Suecia, donde los socialdemócratas han
tenido más éxito que en ninguna otra parte,
gobernaron sin interrupción desde 1932 hasta
1976.

Después de 1945, los partidos socialistas se
convirtieron, en la mayor parte de Europa occidental, en la
principal alternativa frente a los partidos conservadores y
democristianos, siendo Suiza y la República de Irlanda las
principales excepciones. Aun manteniendo su antiguo compromiso
con el socialismo como "estado final", es decir, una sociedad en
la que se anularan las diferencias sociales, desarrollaron un
concepto de socialismo "como proceso" —propuesta que
había sido anticipada por el revisionista alemán
Eduard Bernstein a finales del siglo XIX.

En la práctica, esto significaba que, mientras
sus seguidores más comprometidos se aferraban a la idea de
un objetivo final, los partidos socialistas, por esta
época a menudo en el poder, se concentraban en reformas
socioeconómicas factibles dentro del sistema capitalista.
Aunque variaban según los países, las reformas
socialistas incluían, en primer lugar, la
introducción de un sistema de protección social
(conocido como Estado de bienestar) que, en la formulación
tomada del reformista liberal británico William Beveridge,
protegiera a todos los ciudadanos "desde la cuna hasta la tumba",
y en segundo lugar, la consecución del pleno empleo
mediante técnicas de gestión macroeconómica
desarrolladas por otro liberal, John Maynard Keynes.

En Gran Bretaña estas reformas fueron llevadas a
cabo por los primeros gobiernos laboristas de la posguerra. En el
resto de Europa los socialistas alcanzaron algunos de sus
objetivos, ya fuera en el seno de una coalición
gubernamental con otros partidos (como fue el caso de
Bélgica y Países Bajos, y, en la década de
1970 en Alemania) o ejerciendo una presión efectiva sobre
los gobiernos no socialistas.

Totalitarismo

El rasgo dominante del totalitarismo pone el acento en
los fines de la potencia nacional o el acrecentamiento del poder
por el poder mismo, en la subordinación de la vida y el
destino humano de la dominación generalmente
carismática o providencial de un líder o caudillo a
la dictadura de un partido. Como régimen político
se funda una ideología, como el nazismo o nacional
socialismo alemán, cuyos regímenes desperdician la
libertad y la democracia, a la que le atribuyen todos los
males.

Bibliografía

ERNET, Renán: "¿QUÉ E UNA
NACIÓN?". Madrid. 2006

CHIARAMONTE, José Carlos: "NACIÓN Y ESTADO
EN IBEROAMERICA: EL LENGUAJE POLÍTICO EN TIEMPOS DE LAS
INDEPENDENCIAS". Venezuela. 2005;

 

 

Autor:

Karla Ayestaran

Universidad Nacional Experimental
Rómulo Gallegos

Área: Ciencias Políticas y
Jurídicas

Programa Municipalizado de
Derecho

Departamento de Derecho
Público

Unidad Curricular: Doctrina Bolivariana
I

Calabozo, junio de 2011

Partes: 1, 2
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